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¡Qué grande es el poder de la oración! (Teresa de Lisieux), por Miguel Márquez

Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, carmelita descalza, entró en el Carmelo a los 15 años y murió a los 24, el 30 de septiembre de 1897. Teresa Martin había nacido en Lisieux el 2 de enero de 1873. Santa, Patrona de las Misiones y, recientemente, Doctora de la Iglesia.

ORIGINALIDAD DE TERESA DE LISIEUX

La originalidad de Teresa de Lisieux es incuestionable desde el punto de vista de su ausencia de medios que pudieran ayudarla a descubrir un camino tan diferente al que imperaba en la espiritualidad y en el Carmelo de Lisieux.

Su oración discurre sin vacilaciones por la senda de la espontaneidad y la sencillez, va viviendo la oración que cuadra con su ser más íntimo y personal. Punto al que todo orante ha de aproximarse dejando referencias prestadas que seguirán valiendo sólo en cierta medida. Invitación a ‘inventar’ nuestra propia oración. Teresa ha sido toda su vida una mujer despierta, atenta a su voz interior, sobre todo a la voz de Dios en su interior, más allá de todo interés personal, del que Dios se va a ir encargando de despojarla.

DEFINICIÓN / PRAXIS

No habla mucho de la oración como ejercicio, apenas quince veces en los Manuscritos, de lo que sí habla es de la realidad de la oración, y sobre todo, como Santa Teresa, ora espontáneamente de manera sencilla. Por contraste, en su época existe superproducción de oraciones. Le dan dolor de cabeza tantas. Aunque reconoce que algunas son muy bellas.

Una de sus afirmaciones categóricas sobre la oración es la siguiente:

«¡Qué grande es, pues, el poder de la oración!» [Ms C 25rº.].

Poder en cuanto a realizar nuestro deseo, bien orientado, incluso, en el caso de Teresa, algún capricho, al mejor estilo de los enamorados apasionados.

Ese poder se orienta cada vez más hacia el milagro de la obra de Dios en ella, progresivamente va cediendo su deseo al abandono en manos de Dios. No poder como consecución de favores o milagritos que ponen tiritas a heridas abiertas.

AL ENCUENTRO DE DIOS (Pedagogía de comunión y misión):

El movimiento de madurez dibuja en ella un cambio respecto a sus inicios:

  • Dejarse amar, mirar, abrigar… ‘Tú eres mi hijo amado
  • Descubrir ese lugar dentro de nosotros en el que nos sentimos amados al encontrar un amor incondicional, un abrazo entrañable.
  • Echar a volar / salir (sufrimiento, desapego, separación…) –> dimensión misionera de Teresa a partir del dinamismo del encuentro con Dios.

MIRADA QUE DESPIERTA Y PLENIFICA. (Abba)

Teresa vive inmersa en un ámbito de afecto, de mirada cálida, de acogida: su madre, su padre, sus hermanas, por un lado, le disponen para acoger y entender la gratuidad y limpieza de la mirada de Dios. Otra mirada clave es la de María: la ‘milagrosa’ curación por la sonrisa de María, que la dispone para una etapa nueva.

«Dios se ha complacido en rodearme siempre de amor. Mis primeros recuerdos guardan la huella de las más tiernas sonrisas y caricias… Pero si el Señor puso mucho amor en torno a mi vida, se dignó también conceder a mi pequeño corazón un natural amoroso y sensible» [Ms A 4.].

Ella lee toda su existencia a la luz de la iniciativa amorosa de Dios, de la misericordia, de su AMOR PRIMERO. Se trata del tema clave del Nuevo Testamento, la gratuidad del amor de Dios.

Teresa es profecía del verdadero rostro de Dios, a la vez que maestra de la sospecha de las falsas imágenes canonizadas en su tiempo. Pone en su altar al Dios padre-madre, entrañable y cercano y retira al Dios de la justicia divina, del miedo y de la reparación. Es una revolución en marcha.

La oración depende del Dios al que oramos. Así como sea nuestro Dios así será la oración.

Antes que conocerse a sí mismo y aceptar la propia limitación, es, para Teresa, conocer el amor de Dios. Convierte su vida en una profecía de la ternura de Dios que invita a respirar hondo en la vida, superando la angustia.

En el amor de Dios con el que ha sido marcada a fuego, va incluida la misión. Es un amor que pone en camino, dinamiza hacia los otros, aun viviendo escondida.

FIDELIDAD PERSONAL. (Conocerme): Pequeñez, aceptación… confianza

Aceptación: saber vivir en el presente, estar presente, aquí y ahora. Respiración relajante, autorreconocedora. Este paso supone la base de toda oración y el segundo momento en la pregunta por la oración: el sujeto que ora ha de aprender a quererse a sí mismo en la mirada de Dios, y ahí ir aceptando la circunstancia de su limitación.

Desenmascarar mi falso yo. La oración como espejo de autoconocimiento y sanación. Sanación de mi afán de seguridad en mis obras y en Dios.

El reconocimiento de la propia debilidad es camino de libertad, una de las características de la oración de Teresita. En su debilidad experimentará la fuerza de la gracia. Confiar es también morir. Si muero acepto no sólo mi limitación, sino el paso de Dios por mi vida.

El descubrimiento del rostro de Dios y la aceptación de mi precariedad me disponen para confiar. La confianza es la base de la relación entre Dios y Teresa.

Actitudes de TERESA DE LISIEUX

  • Silencio: Fundamentalmente la Palabra de Dios (los Evangelios) guían su vida. El silencio como ausencia de dominio, de poder. La ineficacia como terreno donde Dios siembra. El silencio ámbito del misterio que nos sobrepasa.
  • Simplicidad: se deja hacer por Dios como el niño. La perfección no consiste en sumar virtudes o méritos, sino en decrecer, hacerse transparentes a la gracia.
  • Sinceridad: no dejarse engañar de las emociones. Oración desnuda y abierta. «Digo sencillamente a Dios lo que quiero decirle…».
  • Indiferencia: conformidad con el querer de Dios. Capacidad de relativizar y dejar a Dios ser Dios.
  • AUSENCIA / SILENCIO DE DIOS: abandono. Dios pronuncia una palabra en la vida de Teresa. Esa palabra bautismal es lo noche.

La sequedad y la purificación ya le acompañan desde hace años. Dios le ha enseñado a descubrir lo nutritivo de dicha oración. En una oración desnuda de éxtasis Teresa acepta la invitación a buscar a Dios solo. Todo sentimiento sensible queda sumergido.

Teresa se hace maestra en saborear de frente la amargura y el dolor. Entregarse a Dios en la purificación del corazón es fuente de libertad profunda y de verdadera alegría. (Cuando miramos sin miedo el dolor lo desnudamos de ansiedad y angustia).

A partir de la Pascua del 96 la noche cae sobre Teresa. El silencio de Dios, su ausencia sensible… dibujan un despojamiento radical, al que Teresa responde con la actitud del abandono. Pasividad activa, abandono activo al Espíritu Santo. La actitud más difícil y de más quilates, espiritualmente hablando.

La noche se convierte en prueba, crisol último. En medio de las tinieblas define la felicidad que puede existir en la noche; pone el ejemplo del pajarillo.

«Nada podrá asustarlo, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un instante. Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe…» [Ms B 5r.].

A continuación dice que aunque el pajarillo se distraiga y se aleje a beber o jugar o hacer travesuras, el ‘Astro adorado’ sigue amándole y mirándole con igual cariño.

Toda la experiencia de oscuridad de Teresa de Lisieux la hace solidaria de los hombres que caminan a tientas, sin ver claro. La noche hace a Teresa no estar a salvo. Ahora está más cerca que nunca de sus hermanos, en su mismo terreno.

Teresa vive su identificación con la Faz del Señor como no lo había imaginado, vive en escondido la prueba de la soledad, y del no sentir a Dios:

«Tu faz es mi sola patria… en ella escondida siempre a ti me pareceré…» [PN 20, 3.5.]

CONSEJOS PRÁCTICOS

  • Mirar de frente el dolor-desconcierto, sin huir. Respirarlo, encararlo, para ser libres. Situarnos en el interior de nuestras dificultades y descubrir la perla y el crecimiento que nos aportan.
  • Distracciones: caer en la cuenta de ellas. Presentarle a Dios el objeto de distracción y volver a centrar la mirada.
  • Aprender a reírse de sí misma. No dramatizar; relativizar. Educar el sentido del humor.
  • En la sequedad que le impide formar un solo pensamiento para unirse a Dios: ‘rezo muy despacio un padrenuestro y luego la salutación angélica‘.

Miguel Márquez, OCD

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