Muchas veces nos olvidamos del Espíritu Santo y Cristo lo dijo claro en San Juan 14:26 “pero el paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
¿Somos conscientes de la trascendencia de las palabras de Jesús? A menudo no los somos porque escuchamos en misa sin escuchar, leemos sin asimilar, y creemos pero no profundizamos. Pero Cristo se hace presente por medio del Espíritu Santo que es el consolador, el que nos enseña a conocer a Cristo y a Dios Padre.
Leyendo sobre el Padre Emiliano Tardiff, en uno de sus libros se me quedó grabado lo siguiente: “no paro de invocar al Espíritu Santo durante el día”. Y se repetía una frase: “me sumerjo en el Espíritu Santo”. Esa lectura reforzaba lo que yo venía haciendo desde el inicio de mi camino de fe. Pero la diferencia es que antes lo hacía porque me lo decían pero sin ser conscientes de la presencia real del Espíritu Santo en mi vida. Es la fuente inagotable de sabiduría, amor y perdón que nos envía Jesús para poder ser templos de Dios. ¿Y Realmente somos templos de Dios? Evidentemente sí, si queremos serlo, si pedimos la Espíritu Santo que nos guíe y llene, si poco a poco nos despojamos de nuestro vestido de egoísmo para dejarnos hacer por Él.
Pero, a menudo caminamos en la fe y los problemas nos absorben. Entonces oramos pero nuestra oración se convierte en oración de peticiones y súplicas, de resolución de problemas olvidando que lo que tenemos que pedir es el Espíritu Santo. Lucas 11:13 “pues si vosotros aun siendo malos, sabéis da cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que lo pidan!”
Pidamos Espíritu Santo, porque Él por gracia y por amor nos irá regalando dones, nos irá regalando su luz para ser testigos de Cristo, para perder el temor a la incertidumbre, el dolor al peso diario. Cristo nos dice de pedir el Espíritu Santo para llenarnos de Él, entonces nuestra oración es un canto de confianza, y se nos dará lo que nos conviene, no lo que pedimos. Y es ahí donde tropezamos, pedimos lo que nosotros consideramos que nos hace falta, pedimos y le damos las soluciones en nuestras peticiones. Si queremos dejar actuar al Señor, si queremos que el Espíritu Santo se mueva libremente en nosotros y nos regale aquello que realmente es para nosotros, si queremos abandonarnos totalmente a la providencia, al designio de Dios tendríamos que, al contrario de pedir soluciones, dar gracias por todo lo que nos da, lo bueno y lo malo. Dar gracias y tan solo repetir Señor hágase tu voluntad e invocar al Espíritu Santo.
En Lucas 12:12, se nos dice “porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene conmigo”. Cuando en nuestros actos, nuestras palabras, nuestros gestos o nuestro silencio se hace presente el Espíritu Santo, entonces sí, nos convertimos en instrumentos y canal de gracia de Dios. Como cristianos, nuestra misión es evangelizar, gritar a los 4 vientos que Cristo está vivo, y sin temor y como hijos de Dios, escuchar al Espíritu Santo y dejarnos llevar por Él. La fe se basa en la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo y el Padre nos envió al Espíritu Santo para transmitirnos toda su sabiduría y conocimiento. Jesús nos lo anunció. Vendrá el Paráclito que nos enseñará, protegerá y guiará. Los dones del Espíritu Santo son una enorme gracia, y es la fuente viva derramada sobre nosotros. No tenemos que tener miedo a pedirlos, a llenarnos de ellos para dar siempre gloria a Dios.
Cuando viene con su fuerza, es maravilloso, porque te invade y entonces se adueñas de ti. Y poco a poco te llena de su paz y alegría. Una paz y alegría que permiten afrontar y llevar cualquier situación sin desesperación porque Él te guía y te consuela. Alaba constantemente y en tu alabanza repite sin cesar: Espíritu Santo ven y cada día, un poco más vendrá a morar en ti y a enseñarte la sabiduría de Dios.
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