Entre el moralismo que niega la dimensión sicológica del hombre herido por el pecado, y el sicologismo, para quien el pecado sólo se puede achacar al determinismo inconsciente, ¿no habrá un camino intermedio que afirme que, tanto la herida como el pecado habitan el corazón del hombre? Es lo que el queremos demostrar en este libro.
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