Nuestro camino de discípulos misioneros del Evangelio está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la dio como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27).
Estamos seguros: la vida de Jesús nos llega por medio de ella. Cada día, María se convierte para nosotros en la Madre de la Vida. ¡Qué alegría poderla saludar de esta manera!
Que quienes os acerquéis a este libro tengáis el alma de María para alabar al Señor, recibáis el espíritu de María para alegraros en Dios, y os dejéis guiar por el Espíritu para construir una nueva humanidad, como hizo ella.
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