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¿Para qué sirve la mística? por Rogelio García Mateo

La insistencia del Papa Francisco de “volver a Jesús”, es clave en todo: es clave para configurar de nuevo la Iglesia, es clave para dar sentido a nuestro apostolado y es clave también para nuestra espiritualidad. Precisamente a esto último me voy a referir.

El deseo de vivencias místicas, carismáticas o de intensa espiritualidad es una de las características más dominantes en el panorama religioso de hoy. Sin duda, la religiosidad, está desde hace algunos años, renaciendo en formas nuevas, no institucionales ni dogmáticas, sino más bien sincretistas, sin un cuadro de contenidos claro. Se trata de una forma de religiosidad “liquida”, a la New Age; huye de rituales establecidos por la tradición, busca e improvisa formas propias, muchas veces, con el objetivo de superar las frustraciones y el vacío que han producido las grandes religiones (budismo, judaísmo, cristianismo, islam), los movimientos socio-políticos o el consumo de drogas.

La difusión, en sociedades altamente tecnológicas y burocratizadas, de estos y otros fenómenos pararreligiosos (como el ocultismo, la magia, el espiritismo, el satanismo) plantea la cuestión de si la racionalización y la tecnificación exageradas de la vida, por una parte, y, por otra, la dogmatización excesiva de la fe, junto a un ritual litúrgico demasiado formalista, no serían algunas de las causas que han despertado el deseo de lo místico, de lo trascendente, de emociones espirituales intensas, más allá de todo credo.

Una cosa es cierta y es que el creyente, una vez que se ha decidido de verdad a vivir su fe, sea cristiana o no, se da cuenta de que necesita una mayor interiorización de ella y una fuerte y profunda convicción para dar a sus creencias el puesto que les corresponde. En esa interiorización la mística cristiana puede ser una grande ayuda. Esta coincide con la mística de otras religiones en que se vive una íntima relación con lo divino, y en la presencia de ciertos fenómenos más o menos extraordinarios, como estigmas, audiciones, apariciones, lágrimas, levitaciones, éxtasis, etc. Tales cosas de tipo paranormal pueden surgir en los místicos cristianos, pero no pertenecen a la esencia de sus experiencias. El no distinguir suficientemente entre la experiencia del místico cristiano y los fenómenos que la pueden acompañar, conduce a veces a grandes malentendidos, llegando incluso a concluir que la mística está en oposición a la Sagrada Escritura, como algunos teólogos, principalmente protestantes, han declarado. La teología de K. Barth y de E. Brunner considera la mística como  una experiencia que pretende traspasar los límites creaturales del ser humano, promoviendo su autodivinización.

Sin duda, hay ciertas formas de mística que pueden directa o indirectamente tender a esto. Pero eso no sería cristiano. Los místicos cristianos no quieren autosantificarse, sino afirmar la santidad divina. Jesucristo es el modelo de toda mística cristiana. La experiencia que Jesús tiene de Dios – “el Padre y yo somos una misma cosa” – es también aquella en la que todo cristiano, mediante los dones del Espíritu Santo, participa; mas en la unión mística esa participación adquiere un nivel extraordinario. Por tanto, la mística cristiana afirma que su experiencia es gracia y misericordia; se siente la realidad del pecado y la necesidad de renovación y perdón. Se vive en profundidad el sentido de la fe como Alianza de amor entre Dios y la humanidad.

Cierto, lo místico no es lo más importante de la fe cristiana. Lo esencial es el amor a Dios y al prójimo como lo muestra Jesús. Esto se puede vivir sin elevaciones místicas (1Cor 13); pero, por otra parte, los místicos cristianos muestran con creces y ampliamente que sus experiencias, lejos  de conducirlos a una pasividad extática, ajena a este mundo, los llevan a poner intensamente en práctica este amor-ágape, comenzando por un cambio de sus propias vidas a través de la unión con Dios-Trinidad, o sea, de estas vivencias ha surgido una personalidad mucho más rica, capaz de desplegar energías y actividades que antes eran impensables.

Doña Teresa de Ahumada durante los veinte primeros años de convento vivió en una ambigüedad deplorable: “Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones del mundo me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años” (Libro de la Vida 8,2). Vencida esta situación ante una imagen “de Cristo muy llagado”, Teresa descubre el valor de la oración y es introducida en la vida mística, que le hace ver la urgencia de una reforma del Carmelo, y así contribuir a una vida cristiana más auténtica[1].

Una transformación espiritual semejante la tuvo Don Íñigo López de Loyola, que de caballero cortesano con grandes ambiciones de riquezas y de fama se hace un peregrino en el seguimiento del Cristo pobre y humilde. Con los “Ejercicios espirituales” va creando un grupo de “amigos en el Señor”, que fundarán después la “Compañía de Jesús”, una orden evangelizadora por medio de los Ejercicios, la predicación y las obras de misericordia, pero también mediante Colegios y Universidades[2].

Ambos son solo dos de los numerosos ejemplos que se pueden poner, para mostrar la utilidad de la mística cristiana. En realidad, allí donde está un cristiano o una cristiana de verdad, las cosas cambian para mejor; pensemos en la Virgen María, los Apóstoles, los mártires, los teólogos y sabios cristianos, los misioneros, etc. Todos ellos se han realizado en el seguimiento de Cristo. Sí, cierto, a veces, con muchos fracasos e infidelidades, incluso con claudicaciones y abandonos nada ejemplares; pero los que han llegado hasta el final, los que llamamos “Santos”, esos muestran con claridad que el Evangelio no es una utopía irrealizable, que seguir a Cristo es una aventura apasionante, que trasforma la persona dotándola de cualidades nuevas y de una creatividad que antes eran inimaginables; de manera que a través de la oración y la acción  surgen obras  de servicio a los demás: hospitales, escuelas, centros de acogida, etc. o, como dice Teresa: “Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual; de que nazcan siempre obras, obras”.

Acerca de Rogelio García Mateo

Rogelio García Mateo, S. J., nació en Jumilla (España). Estudió Teología y Filosofía en la Universidad de Tubinga, cuando todavía enseñaban los profesores J. Ratzinger, Hans Küng, W. Kasper, J. Moltmann y E. Bloch. Allí obtuvo el doctorado en ambas disciplinas.

Ha ejercitado la docencia en la Facultad de Filosofía de los Jesuitas de Múnich, siendo llamado después a la Universidad Gregoriana en Roma, donde enseña Espiritualidad y Filosofía y dirige cursos de doctorado.

Su interés principal se centra en los autores del Siglo de Oro, en particular Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y Juan de Ávila, pero también en Unamuno y el krausismo.

Ha publicado numerosos artículos sobre estos temas en español, alemán, italiano, francés, inglés y polaco. Algunos de sus títulos más destacados son: Dialektik als Polemik. Welt, Bewusstsein, Gott bei M. de Unamuno (1977), Das Deutsche Denken und das moderne Spanien (1982), Ignacio de Loyola. Su espiritualidad y su mundo cultural (2000), El misterio trinitario en S. Juan de Ávila (2011), Cómo es Dios según Santa Teresa (2014) publicado en la Editorial Monte Carmelo

[1]  Para ampliar el tema cf. R. GARCÍA MATEO, Cómo es Dios según Santa Teresa, Monte Carmelo Burgos 2014; del mismo autor, ¿Amor sin conocimiento en la unión mística?: Gregorianum, 94 (2013) 773-792.

[2] Cf. R. GARCÍA MATEO, Ignacio de Loyola. Su espiritualidad y su mundo cultural, Bilbao 2000.

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