Edith Stein es de la opinión de que el devenir del mundo y de cada uno de nosotros depende en buena medida de fuerzas invisibles, no fácil de detectar ni de reconocer. La paradoja a la que llega, quien ha apostado decididamente por buscar luz en la propia vida y en la del prójimo, es que mucho de lo que somos y acontece se lo debemos a no sabemos quien. Este vacío intelectual se constituye, no obstante, en punto de apoyo para el optimismo antropológico steiniano. Y así, la ignorancia personal que nos envuelve ha de conducirnos hacia la confianza en nuestros congéneres. Escribe en 1940: «Los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas, a las que debemos agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que sólo experimentaremos en el día en que todo lo oculto será revelado». Lo cual lleva a aceptar que buena parte de la historia universal y de la historia personal se nos escapa, supera nuestras capacidades, obedece a influjos que no dominamos nosotros. De alguna manera estamos a merced de los demás. Por todo ello, más que a la resignación, Edith Stein invita a una actitud de confianza y de agradecimiento.