Hace unas semanas me preguntaron: Cristina si nuestro cuerpo es templo de Dios, ¿por qué muchas personas son esclavas de su cuerpo? Esta pregunta me ha estado resonando desde entonces.
Qué significa somos templos de Dios. ¿Que Dios está en nosotros? Sabemos que venimos de Dios, somos creación suya, y con el Bautismo recibimos el Espíritu Santo, y nos convertimos en Hijos de Dios. Podríamos decir que Dios planta una semilla en nosotros, y por tanto ya habita en nosotros. Pero cuándo y cómo ser conscientes de que somos templos de Dios?
Quizá lo hayamos escuchado muchas veces pero sin la experiencia de recibir el Espíritu Santo no podemos saborear la grandeza de esto. Nuestro cuerpo es templo, y por tanto lo que nos tiene que mover, lo que es la prioridad para nosotros, no es cómo es por fuera, sino lo que llevamos dentro. Y el cuerpo hay que cuidarlo pero, no por el cuerpo en sí, sino por lo que habita en Él, por el inmenso regalo de tener al Espíritu de Dios en nosotros.
Cuando somos conscientes, entonces todo nuestro ser, desde lo más profundo hasta todo lo externo, vivirá para Dios. Meses atrás, hicieron una oración de intercesión por una amiga. Ella, sin saberlo sintió la fuerza del Espíritu, escuchó orar en lenguas. Sí, orar en lenguas, es alabar y realizar una oración donde te abandonas a la acción del Espíritu en ti, le dejas tu boca, tu lengua y desde ti, sale una oración que no comprendes pero que tiene la fuerza del Espíritu. Una oración llena de amor, impulsada por el Espíritu Santo, y que expresa aquello que no logras comunicar con palabras. Mi amiga no comprendía muy bien esa intercesión, pero sí que puedo afirmar por lo que me contó, que la oración la llenó de una enorme paz. Al poco tiempo, vio cómo el Señor actuaba en su vida. Y es que muchas veces, se vive desde el pasado, desde lo narrado en los hechos de los apóstoles como algo histórico, algo que pasó. Y entonces todo se queda en teoría, en historia. Sin embargo vivimos en continuo Pentecostés. Pero seguimos sin ser audaces, sin realmente pedir la acción del Espíritu Santo, tal como ocurrió en ese cenáculo en el que reunidos esperaban la Virgen y los apóstoles. Ella me decía: cuando miro atrás, veo un hilo invisible que me ha sostenido y no ha dejado que mi cabeza se hundiera dentro del agua sin poder respirar. Y el agua me ha llegado……… ¡hasta la boca! De la adversidad, de las decepciones, del sufrimiento…….he salido. Y siempre he pensado que el mérito no es mío… porque hay cosas que uno por sí mismo no puede hacer. Y lo he vivido de forma casi inconsciente. Mi tipo de fe ha sido durante años y en gran proporción como escuché el otro día en una charla de un sacerdote carismático: de celebración litúrgica, de pensamiento, de tradición, de educación, de reconocimiento muchas veces teórico. En ese audio se hablaba de hablar en lenguas hoy en día, ese balbuceo, esos gemidos inefables de la acción del Espíritu, la imposición de manos al orar por otra persona, de recibir el Espíritu Santo. Y todo lo he oído millones de veces, pero lo dejaba anclado como algo del pasado. Por tanto, mi amiga lo había vivido hasta ahora como algo que pasó. La oración de intercesión que le hicieron era desconocida para ella y la vivió desde sus sus razonamientos teóricos. Era consciente que recibía un regalo y de forma gratuita, aunque con ciertas dudas.
Y tras escuchar ese audio con un corazón abierto, ella miró atrás y comprendió esa oración de intercesión. Entendió la frase que, muy de pasada y como un susurro le dijeron :¨oro en lenguas¨ y que ella en ese instante no acabó de entender. “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.” (Hch. 2). Cuando mi amiga leyó de nuevo estos versículos comprendió que había tenido la gran ocasión de vivir en vivo y en directo, en el siglo XXI, lo que cuentan los evangelios. Que el ¨relato histórico¨ que se describe, lo había vivido y recibido en su casa. Que es real. La verdad es que vivir la fe, es esto: comprender que la palabra de Dios está viva, que los primeros cristianos lo comprendieron perfectamente. Jesús nos dejó el Espíritu Santo para enseñarnos la verdad, para regalarnos dones, para soplar donde quiera y como quiera.
Podemos creer, pero sin embargo por qué nos olvidamos del Espíritu Santo, de creer que viene a nosotros, que vive en nosotros, que hace en nosotros. Jesús lo dijo: «y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.» (Jn 14, 16-17). Pero ¿cómo lo vives? ¿Pasó hace años? o ¿pasa en ti hoy?
Y entonces nuestra fe se vuelve viva, y solo así podemos afirmar y creer que somos templos de Dios. El modo de vivir la fe cambió en mi amiga. Ahora comprende que ya no se trata de ¨un vivir con¨ sino de ¨un vivir en¨ y eso conlleva cambios de fondo.
¿Somos conscientes de que el Espíritu Santo, de que Dios habita en nosotros? ¿De que quiere actuar en nosotros? Orar en lenguas, la intercesión, no son cosas del pasado sino dones y regalos a los que todo cristiano está abierto. Tan solo se trata de abandonarnos a la acción del Espíritu, no dejar de invocarlo cada día y de ir decreciendo poco a poco de nosotros mismos, de nuestro ego para que Él habite más plenamente. Y entonces te pregunto ¿cómo miras ahora tu cuerpo? ¿Cómo lo cuidas? El cuerpo es importante, porque es nuestro, porque el señor nos lo ha regalado, porque con el cuerpo aprendemos, y el Señor así nos quiere. No quiere un cuerpo perfecto, un cuerpo sin enfermedades, un cuerpo sin pecado para venir a nosotros. Es en nuestro cuerpo débil que Él viene actuar a través de su Espíritu Santo.
Jesús está vivo, y su Espíritu Santo quiere morar en nuestro corazón, nuestra vida. Déjate hacer por Él, y créetelo: Somos templos de Dios. Y así, el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. El Espíritu se mueve dentro de ti. Alaba al Señor, que tu oración sea una alabanza continua porque esa oración en alabanza ensancha nuestro espíritu a la acción de Dios.
Acerca de Cristina Martínez Segura
Cristina Martínez Segura, es profesora superior de piano, estudios realizados en el conservatorio de Valencia y licenciada en derecho por la Universidad de Valencia. Durante 12 años fue profesora de piano de conservatorio y posteriormente decidió volver al derecho. Actualmente tiene una empresa y es asesora en nuevas tecnologías y profesora de protección de datos y privacidad en entidades públicas.
En el terreno espiritual ha publicado su primer libro con la Editorial Monte Carmelo, colabora en su blog y escribe pequeñas oraciones diarias. Asimismo ha formado un grupo de oración llamado Betania.
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