Le conocí personalmente en el antiguo convento de San Francisco, convertido en salón de actos del Ayuntamiento de Ávila. Era el 15 de octubre de 2006 y se le entregaba el Premio Nacional de las Letras Teresa de Ávila, por su extraordinaria obra de investigación sobre la Santa y su último libro: Cultura de mujer en el siglo XVI. Recuerdo perfectamente que le ayudé a llevar un buen rato, mientras conversábamos, la pesada escultura de Teresa que le habían entregado en el mismo acto. Anteriormente le había mandado el primer libro de mi trilogía dedicada a Teresa, Intimidad y misticismo en Teresa de Jesús, mediante el cual yo trataba de acercarme al manantial de donde brotaba su vida mística. En su carta de agradecimiento me proponía realizar el desarrollo del concepto de intimidad en una nueva edición de su Diccionario de Santa Teresa y me estimulaba a realizar una patografía sobre ella, dada mi formación médica-psiquiátrica-neurológica.
Inolvidable fue la conferencia magistral que nos dio aquel día: una detallada, sugestiva e imaginativa semblanza de Teresa escritora, la humildísima y minúscula celda de San José -3m por 3, 10 m.- en la que alumbró la mayor parte de sus libros, la gran pluma de ganso con la que escribía, la tinta que se fabricaba personalmente con agua de charco a la que añadía entre otras sustancias una buena dosis de limaduras de metal bien batidas, la repisa que sobresalía debajo del alfeizar de la ventana para apoyarse y el poyo de los propios calcáneos que le servía de asiento (un verdadero asiento carmelitano), la candileja que encendía a media tarde…
También nos explicó su forma de escribir y su estilo: escribía velozmente, sin tachaduras, sin necesidad de tener delante un diccionario, fichas, un manual de teología o algún tratado de oración, y lo hacía en un estilo sencillo para que lo entendieran sus monjas, “hablaba escribiendo”, como si conversara con ellas, utilizando la fabla abulense, el idioma peculiar, todavía balbuciente, que se hablaba entonces en Ávila, y completando todo el texto a la primera, sin borradores ni copias.
Después profundizó en el origen de su formación como escritora: la posible influencia de los libros que había en su casa, no solo de caballería sino también de cultura clásica (de Cicerón, de Virgilio, de Séneca, de Boecio…, todos ellos escritos en romance); los libros de santos, el Flos Sanctorum, los Cartujanos, las obras de los tres grandes padres de la Iglesia (san Gregorio, san Jerónimo, san Agustín), los libros de los maestros espirituales franciscanos, los libros de la cultura carmelitana, la Biblia a través de la lectura de los Evangelios (en castellano, antes de su inclusión en el Índice de libros prohibidos), del breviario, de los comentarios de texto en otros libros, del Cantar de los Cantares … Y la importante influencia que recibió de los grandes maestros filósofos y teólogos a los que ella tanto frecuentó: gozó de la conversación y la enseñanza de mas de cincuenta amigos doctores o catedráticos de Salamanca, de Alcalá, de Sigüenza, de Ávila…¡toda una universidad privada a su disposición!
Y añadió lo más importante de todo: que ya en su primer libro, El Libro de la Vida, afrontó de lleno el problema más fuerte que le planteaba su existencia: “qué sentido tiene la vida”, o mejor de otra forma, “que sentido tiene mi vida desde que ha desbordado la barrera de la trascendencia y tiene que habérselas con Dios”.
Tomás coincidía así con Goethe, para quien “las grandes creaciones hay que verlas no solo en su conclusión, sino también observarlas en su génesis”.
No seguí de inmediato la sugerencia que me hizo el Maestro de dedicarme ya a escribir una patografía de la Santa. Yo estaba en ese momento más interesado en tratar de comprender de alguna forma el sentido mas profundo de sus fenómenos místicos principales: las visiones y el éxtasis. Bullía incesantemente en mi mente y desde hacía ya algunos años una idea muy atrevida pero también muy ilusionante: utilizar la guía de la mística escritora, con su profunda penetración espiritual y su extraordinaria imaginación y creatividad expresada a través de sus bellas metáforas, para tratar de “asomarme” -lo mismo que hizo Dante guiado por Beatriz- a los límites o fronteras que separan este mundo natural del otro mundo metafísico, sobrenatural o, como el escritor florentino y tantos de nosotros creemos, de la gloria. Y me dediqué durante más de cuatro años a tratar de vislumbrarlos mediante un estudio hermenéutico e interdisciplinar, dando lugar así al segundo libro de mi trilogía: Los límites de la gloria. El sueño de Teresa de Ávila, que presenté en el Congreso Mundial Teresiano del V Centenario de su nacimiento. De todas formas, dediqué ya un breve capítulo a tratar de clarificar su patología.
Finalmente, después de leer, estudiar y admirar detenidamente su Teresa a contraluz. La santa ante la crítica, donde se preguntaba y analizaba brillantemente el por qué el hecho místico relatado por Teresa ha sido y es rechazado todavía por algunos científicos (médicos, psicólogos e historiadores laicos), decidí seguir su consejo, y en 2016 redacté la patografía, o quizá mejor, la patobiografía de la Santa: La enferma Teresa de Ávila. Antes de atreverme a dar a la estampa el nuevo libro le envié el manuscrito –junto con el libro anterior ya publicado, Los límites de la gloria-, para que si lo estimaba oportuno tuviera a bien leerlos y juzgarlos, y además le escribí una carta el 29 de noviembre de 2016 en la que le manifestaba que la lectura de su libro me había suscitado dos sentimientos muy distintos: el primero, profunda admiración por su sabiduría, al haber penetrado con tanta agudeza y “sólo” aplicando una metodología científica adecuada en el mundo médico especializado –medicina interna, psiquiatría, epileptología- para “defender” la salud mental de nuestra Santa; el segundo sentimiento que me inundó fue otro muy diferente: vergüenza, como médico español, psiquiatra y epileptólogo, además de católico y abulense, por no haber contribuido a defenderla, yo también, desde la ciencia. Le pedía con toda sinceridad su docta valoración del libro, ya fuera esta negativa, en cuyo caso le anunciaba que no lo publicaría o lo haría con las correcciones que él indicara, o positiva, con la que sí lo haría. Y me quedé muy gratamente sorprendido y emocionado cuando poco más de un mes después –el 5 de enero de 2017- tuve en mis manos una carta con su respuesta: “Le confieso que no he resistido a la tentación de leérmelos rápidamente, degustándolos y evaluándolos como la más objetiva, científica y documentalmente fundada interpretación del caso teresiano, poniendo sobre todo en evidencia la constante apertura de la Santa a que el contenido de sus experiencias fuese juzgado y discernido por consultores y jueces competentes, desde sus primeros escritos hasta su postrera Relación, en vísperas ya de su muerte…”
Por todo lo anterior, cuando el 27 de julio de este año 2018 me enteré del fallecimiento del padre Tomás Álvarez (Tomás de la Cruz) a los 95 años de edad, saltaron las lágrimas de mis ojos. Su generosidad para con un modesto y casi desconocido investigador teresiano había sido extraordinaria.¡Tomás había leído y estudiado mis libros, de los que además me hizo numerosas y atinadas observaciones para incorporarlas en una futura edición, a sus 94 años y en solo un poco más de 4 semanas! Soy muy consciente de que todos los teresianistas del mundo hemos perdido a nuestro gran Maestro, y no a un “escudero segundón” de la Santa, como él humildemente se autodenominaba al compararse con el “escudero mayor” que ella tuvo como acompañante durante toda su vida, el sacerdote abulense Julián de Ávila.
En su carta me daba las gracias por la investigación que aportaban mis libros y añadía que lo hacía “casi en nombre de ella”: tan identificado estaba con la Santa. Y yo puedo añadir que, efectivamente, cuando investigas apasionadamente la vida y la obra de un personaje genial y universal como Santa Teresa de Ávila – y encuentras la aprobación de tu Maestro- acabas encontrando lo mejor de ti mismo y adquieres al menos una misión moral para circular mejor y mas alegre por la vida.
Jesús Sánchez-Caro
El Bosque (Villaviciosa de Odón)
Septiembre de 2018
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