Si hay una figura verdaderamente sugestiva de la antigüedad que aún despierta el interés de los investigadores por la potencia de su vitalidad y lo incitante y aún misterioso de su trayectoria, ésa sería la de Saulo de Tarso, verdadero cofundador del Cristianismo. Veinte siglos después de su paso por el mundo siguen dando que hablar, que debatir y que investigar. Los estudios, libros y tesis doctorales que de los múltiples aspectos de su personalidad y de los momentos estelares de su biografía se han abordado son incontables.
Pablo, precisamente, es uno de los grandes personajes de la antigüedad que ha dejado más vestigios biográficos, pero también con ciertas oscuridades sobre puntos clave del mayor interés que nos han quedado sin un testimonio claro y a resultas de indagaciones indirectas. Tres de estas incógnitas han sido históricamente muy debatidas, desde luego polémicas y aun relativamente oscuras, pero sobre las que el periodista firmante ha llegado al convencimiento de que los indicios apuntan a que están definitivamente resueltas.
Me refiero en primer lugar, al reproche tan repetido que se hace a Pablo de un supuesto machismo a ultranza por algunas de sus expresiones autoritarias: “Las mujeres cállense en las asambleas”. No menor dificultad entraña la incógnita de su prometido viaje a España que había quedado sin su esperada crónica en los Hechos de los Apóstoles. Por último, estaría sin testimoniar el sospechado encuentro con Séneca en Roma, que muchos ponen en duda. Una triple propuesta de poderoso atractivo que hemos intentado despejar por lógica con otras fuentes bíblicas e históricas.
El machismo de una época
En cuanto a su pretendido machismo, no nos bastaría con considerar el tan explotado “las mujeres cállense en las asambleas”, fruto de una situación puntual y propia de las costumbres de la época (el uso del velo y el silencio en las sinagogas eran costumbres rabínicas, no las inventó San Pablo), relacionada con la asistencia femenina desde un lateral de las reuniones.
Pero los hechos hablan más que las palabras. Las cargas naturales de cada sexo son inevitables y han sido impuestas por la naturaleza, pero sin duda también por las costumbres, el tiempo y el lugar. Es injusto cargar a Pablo con la desconsideración a las mujeres. A las pruebas me remito pues es muy larga la lista de nombres femeninos asociados a las labores apostólicas de Pablo, empezando por la vital Lidia de Tiatira y siguiendo por Priscila, con la que trabajó como tejedor de lonas en Corinto, en Éfeso y aún en Roma.
Sin una pretensión exhaustiva, no sería difícil recordar también los nombres de Evodia, Febe, Eunice, Pérsida, Cloe, Apia, María, Trifosa, Trifena, Sarai de Tarso, Julia, Tecla, Lucía, Síntique, Ninfa, Claudia… Y todas las esposas y madres que en los textos paulinos no se citan por sus nombres, las mujeres de Filipos, las conversas de Berea y Tesalónica, las corintias que realzaban el servicio religioso, incluso las comparsas de lujo, pero muy influyentes, como las majestuosas Drusila y Berenice.
Tuvo contacto con Séneca
Del posible contacto con Séneca https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%A9neca en Roma, personal o epistolar, no parece haber duda. San Jerónimo consideraba auténtica la supuesta correspondencia en latín de catorce cartas difundidas en los manuscritos del filósofo. No parece que Séneca se hubiera convertido al cristianismo, pero sí que, en los tiempos de su cercanía a Nerón conocía algunos escritos y actitudes de Pablo, a quien se cree que visitó en su atenuado cautiverio romano.
Según la experta Ilaria Ramelli, hubo una auténtica correspondencia entre Séneca y San Pablo pues “no hay nada que indique que los escritos sean apócrifos”. San Jerónimo los consideraba auténticos. Ambos estaban en Roma cuando Pablo fue procesado por primera vez. Séneca, colaborador de Nerón antes de caer en desgracia, era hermano de Galión, cónsul de Roma en Corinto, que había defendido a Pablo acusado por la plebe de un culto contrario a la ley.
No lejos del pensamiento paulino estaba la filosofía de Séneca con sentencias como “la adversidad no ha de trastornar al fuerte porque él es más poderoso; es tan grande la satisfacción de hallar un hombre agradecido que vale la pena arriesgarse ayudando a un ingrato; la verdadera felicidad consiste en la imperturbabilidad de ánimo; yo canto a la fortaleza en la desventura, a la continencia, la sobriedad y la templanza; no seamos para nadie causa de temor o de peligro, nos une nuestro derecho a la alegría, nosotros por la aceptación serena del presente, vosotros por la esperanza en otra vida…”.
Indudable viaje a España
Queda por dilucidar la posible visita del apóstol a España. La primera pista nos la ofrece la Carta a los Romanos en la que Pablo, que siempre cumplía su palabra, explicita un firme deseo de realizar este viaje: “Por el momento, estoy a punto de emprender viaje a Jerusalén (…). Cumplida esta misión, partiré para España” (Romanos 15, 23-28).
Son numerosos los testimonios posteriores de este viaje en fuentes extrabíblicas fidedignas: San Atanasio, San Eusebio, la historia de los llamados Siete Varones Apostólicos enviados a la Bética (Torcuato, Ctesifón, Indalecio, Eufrasio, Cecilio, Hesichio y Segundo) cuya llegada a España en los años 64 y 65 guarda relación directa con la previa visita paulina… Rastros inequívocos que se pusieron de manifiesto en las conmemoraciones del Año Jubilar Tarraconense de 1963 con ocasión del XIX Centenario de la visita de San Pablo a España, cuyo expresivo cartel acompaña a estas líneas.
Después de que Pedro hubiera sido crucificado boca abajo en Roma, Pablo, ya liberado de su primer cautiverio, viajó a Hispania en compañía de Lucas para cumplir su promesa de llegar al extremo de Occidente en el Finis Terrae. Hicieron viaje por mar con desembarco en Tárraco. Allí les esperaba el converso Rufo, diácono principal y cabeza provisional de una pequeña comunidad cristiana, que sería investido como obispo de Tortosa.
Descendieron por la vía Augusta hacia Cartago Nova, hoy Cartagena, gran puerto comercial, pasaron a la Bética por Córdoba, subieron a Toledo, bajaron a Emérita Augusta (Mérida), Híspalis (Sevilla), Écija y Gades (Cádiz), donde las noticias de Roma eran tan alarmantes que tomaron una nave fenicia con destino a Creta, de allí a Chipre, Éfeso, Mileto, Acaya, Tesalónica y Tróade, donde fue apresado, llevado a Roma y, al fin, decapitado en Aquae Salviae, afueras de la ciudad.
Sin duda estamos ante uno de los protagonistas más fascinantes de la historia occidental y absolutamente decisivo en la propagación del Cristianismo. Cuya historia, por otra parte, está muy documentada, aunque presente incógnitas acuciantes. Estamos ante un personaje vigoroso de vida novelesca, con un enorme magnetismo personal, un mensaje vigente y un talante de vanguardia. Autor, por otra parte, de un cuerpo de doctrina sustancial que forma la colección de sus epístolas.
Acerca de Esteban Greciet
Esteban Greciet es Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense. Autor de veinte libros, el más reciente titulado “Últimas noticias de Saulo de Tarso. Una vida de novela contada por sus testigos” publicado por la Editorial Monte Carmelo es un intento de biografía total de San Pablo, desde un punto de vista informativo, testimonial y literario.