Los hijos y el divorcio de sus padres es una de las fórmulas menos gratas en la historia humana. Y no se trata solo del divorcio, sino de la dinámica familiar que emerge en medio y después de este. Nada vuelve a ser igual.
Pero, ¿es necesaria la turbulencia? ¿Se puede evitar? Es obvio que se trata de una difícil experiencia y un cambio radical en vida familiar. Sin embargo, restarle conflictividad al proceso facilitaría mucho la adaptación del niño o adolescente a su nueva realidad.
Es, en estos momentos, donde una sólida formación espiritual puede ser de gran ayuda para sostenerse en medio de la crisis. Además, sirve de mucho que los niños sepan que Nuestro Padre, «el oidor de la oración» (Salmo 65:2), está siempre allí para escucharlos.
Los hijos y el divorcio: en las manos de Dios
Dice la Biblia, «Un espíritu aplastado te deja sin energías» (Proverbios 17:22). Cuando los hijos y el divorcio conforman una ecuación, este es el resultado: un espíritu aplastado por la tristeza. Sin embargo, esta tristeza no será permanente si:
- Se hace amigo de Dios, hablándole desde el corazón.
- Se siente amado y apoyado por ambos padres.
- El entorno cercano (abuelos, tíos, amigos, vecinos) se mantienen cerca, ofreciéndole seguridad y sensación de continuidad.
Y como para todo hay un tiempo, llegará «Un tiempo de sanar» (Eclesiastés 3:3), perdonar y dar Gracias a Dios por las bendiciones recibidas…incluidos los padres.