Quería seguir reflexionando sobre los criterios evangélico en nuestra vida. Me preguntaba ¿cuál es el criterio evangélico que sostiene nuestra vida?. ¿Qué es lo que Cristo nos pide y nos da? ¿Podemos construir nuestro camino de fe a partir de ese criterio?
Nuestra fe en un don, es un regalo que recibimos de Dios. Tener fe es creer en Jesucristo, en la persona de Jesús viva y real que camina a nuestro lado y nos sujeta , sostiene y anima a cada paso de nuestra vida. El mismo que se paseaba por Galilea enseñando y curando.
Una fe viva es convertirse cada día, es encontrarnos con Él y caminar con confianza abandonando toda nuestra vida en sus manos. Ya el profeta Isaías nos anuncia esa confianza absoluta que nos pide Dios: Isaías 26,4 «Confiad en Yahvé por siempre jamás, porque en Yahvé tenéis una Roca eterna.»
Y en el evangelio según San Juan 14,1 el Señor habla claro: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí.» Creer es confiar sin dudas, confiar sabiendo que el Señor no nos abandona. Es la certeza absoluta de que todo lo que dice se cumple. Su palabra se hace vida en nosotros si creemos.
Sin embargo como humanos, nos encontramos en muchas situaciones en las que las fuerzas flaquean, en las que nos sentimos solos y abandonados y con un mar de dudas. No encontramos salida a esa situación nos olvidamos de sus palabras, “creed en mí.” Si somos hijos de Dios ¿cómo no confiar?. El criterio evangélico en el que sostenemos nuestra vida cristiana es creer en Cristo y a partir de ahí dejarnos hacer con confianza plena. El Señor no nos exige nada más. Y así está escrito en San Juan 6, 28-29. “Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.»» ¿creemos? O más bien ¿cómo creemos?
La falta de confianza que se apodera por momentos en nosotros, cuando no vemos la luz, es la que nos traiciona y nos hace dudar. Es la que nos quita la alegría y hace que aparezcan interrogantes. La confianza en Cristo es la que nos da la alegría, nos sujeta y nos llena de esperanza. Y es que sus palabras tienen vida eterna. Aumentemos cada día nuestra confianza de sabernos hijos de Dios y alabemos cada día al Señor.
«Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. 30. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» 31. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»».(Mateo 14, 29-31). Los propios apóstoles tenían sus miedos y dudas y es que como humanos nuestra condición es débil. Nos cuesta a veces comprender aquello que viene de la Fe, que no se ve ni se entiende pero que se siente en lo más profundo de nuestro ser sin preguntarse nada. Creámonos las palabras que Jesús nos regalo: “venga a nosotros tu Reino”.
En cada momento de incertidumbre que tengamos, en cada momento de prueba en el que sintamos miedo, tendríamos que repetirnos esa pregunta que le hizo Jesús a Pedro: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Pregúntate: ¿Por qué he dudado? Cuantas veces dudamos y sobre todo cómo reaccionamos ante ese momento. Sin confianza, nuestra alma, corazón y pensamientos no están libre para caminar hacia el Señor, para dejarse hacer y responder a su voluntad. Si mi confianza no es plena, ¿cómo responder a su voluntad? Cómo decir Señor hágase en mí? Podemos crecer en confianza solo con la oración y la intimidad con el Señor.
En esos momentos es importante hacer un acto de fe. Más bien, cada día tenemos que parar unos minutos y orar presentando nuestra vida, nuestras preocupaciones y
proyectos, sabiéndonos pobres y que sin Él no podemos nada.
Señor creo en ti, confío en ti pero aumenta mi fe. Espero en ti.
Acerca de Cristina Martínez Segura
Cristina Martínez Segura, es profesora superior de piano, estudios realizados en el conservatorio de Valencia y licenciada en derecho por la Universidad de Valencia. Durante 12 años fue profesora de piano de conservatorio y posteriormente decidió volver al derecho. Actualmente tiene una empresa y es asesora en nuevas tecnologías y profesora de protección de datos y privacidad en entidades públicas.
En el terreno espiritual ha publicado su primer libro con la Editorial Monte Carmelo, colabora en su blog y escribe pequeñas oraciones diarias. Asimismo ha formado un grupo de oración llamado Betania.
Posts relacionados
- – Los criterios evangélicos en nuestra vida, por Cristina Martínez Segura
- – Señor, lávame los pies, por Cristina Martínez Segura
- – La paz que nadie nos puede quitar, por Ana María Díaz
- – Nueva biografía de Santa Teresa de Jesús, por Daniel de Pablo Maroto
- – La pascua de María, por Secundino Castro
- – Vivir desde nuestra debilidad, por Cristina Martínez Segura
- – Hacia la eternidad, por Cristina Martínez Segura
- – Sobre la verdad (II) por Santiago Bohigues
- – Sobre la verdad (I) por Santiago Bohigues
- – También Teresa escribió un Evangelio, por Secundino Castro
- – Nuestro camino de fe, por Cristina Martínez Segura
- – Navidad, voz que grita el misterio de Dios, por Daniel de Pablo Maroto
- – El Dios ausente y presente de San Juan de la Cruz, por Daniel de Pablo Maroto
- – De la mano de María, por Cristina Martinez Segura
- – Evocación de Duruelo, Fundación Teresiana en el 450 Aniversario, por Daniel de Pablo Maroto
- – Invoquemos al Espíritu Santo, por Cristina Martínez Segura
- – ¿Está viva tu fe?, por Cristina Martínez Segura
- – Yo te daré libro vivo, por Padre Tomás Álvarez
- – Mi recuerdo de Tomás Álvarez, por Jesús Sánchez Caro
- – Defendamos al Papa Francisco, por Daniel Camarero
- – La esperanza (II), por Santiago Bohigues
- – La esperanza (I), por Santiago Bohigues
- – Reflexiones desde la oración III, por Santiago Bohigues
- – Reflexiones desde la oración II, por Santiago Bohigues
- – La necesidad de la teología espiritual, por Santiago Bohigues
- – Para qué sirve la mística, por Rogelio García Mateo
- – Un hombre nuevo, por Anna Duart
- – Reflexiones sobre la oración, por Santiago Bohigues
- – Un mal necesario, por Esteban Greciet
- – Espiritualidad, por Daniel Camarero