Hace poco he asistido al funeral de la hija de una amiga. Este acontecimiento tan triste me ha hecho reflexionar sobre nuestro camino a la eternidad. ¿Por qué? Porque la vida eterna es el único consuelo cuando nuestra humanidad nos encierra en el dolor, cuando solo vivimos la separación física, sin ser conscientes que nuestro espíritu sigue vivo. Aunque tenemos fe, el dolor ante la muerte nos inunda. ¿Cómo transmitir fuerza, paz y esperanza a alguien que ha perdido a un ser querido? Realmente esa esperanza, esa paz que queremos transmitir no podemos darla nosotros. Solo Cristo nos la puede dar y después nosotros transmitirla. Así lo refleja la Primera carta de san Juan: “Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo”.
En el catecismo encontramos lo siguiente: “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo.” En este sentido, San Juan de la Cruz habla del juicio particular de cada como señalando que “a la tarde, te examinarán en el amor”. Y por tanto todo quedará resumido en una pregunta: ¿cuánto has amado?
Morir, visto desde la fe, es volar con nuestro espíritu, hacia la vida eterna donde nos encontraremos con Jesús.
En nuestra vida vivimos momentos de luces y sombras, pidamos al Espíritu Santo afrontarlos con alegría y confianza. Una alegría que nos viene de ser hijos de Dios y sentirnos muy amados. Dejar nuestra vida en Sus manos, es un aprendizaje y es el camino hasta encontrarnos con Cristo. Y es nuestra fe, creer en Cristo, en su Resurrección y en la vida tras la muerte, lo que nos sostiene. Cristo nos recibirá con los brazos abiertos, para darnos su amor prometido. Un amor eterno que es tan inmenso que no podemos describir. Y cuando uno se marcha, es porque el Señor le ha llamado. Aunque nos cueste aceptarlo, es porque a los ojos del Señor era su momento. Nuestros criterios y nuestros juicios no son válidos porque siempre prevalece el amor humano y el cariño. Nunca podemos asumir la muerte desde nuestro corazón, desde nuestro sentimientos. Desde nuestra fe, el dolor de la separación se atenúa con el amor de Cristo que acoge a nuestro ser querido y a nosotros mismos. Jesús siempre nos está invitando a no tener miedo. Con lágrimas, con tristeza, pero nos mantiene la esperanza porque la muerte no es el fin sino el comienzo de nuestra resurrección en la vida eterna. Y en los momentos de dolor dejemos que la palabra del Señor actúe en nosotros: “yo soy el camino, el que me sigue tendrá la luz de la vida”. Primera Carta de San Pablo a Tito:” Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los elegidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente.” Si nos quedamos en nosotros mismos, sin sujetarnos a la Fe, la muerte es el fin, todo se acaba y por tanto vamos a la oscuridad. Pero la certeza de la palabra de Dios es la esperanza de vida como dice San Pablo. Perder un ser querido es tremendo, y el luto, el lloro, la tristeza por la ausencia son necesarios, pero cogiéndonos fuerte a Cristo, mirándole a Él y dejando todo en su corazón, encontraremos la paz gracias a la certeza de la resurrección. Hemos sido creados para la eternidad. Nuestra muerte no es el fin sino el inicio de la vida eterna. Los grandes santos han esperado ese momento y con la certeza absoluta de encontrarse con aquel que han anhelado toda su vida. Nuestro don y tarea de los que nos quedamos, es orar por aquellos que ya se han ido al encuentro con el Señor. Por ello acabo con esta oración: Señor Jesús te presentamos el dolor que sentimos por los seres queridos que ya no están con nosotros, para que nos sostengas en nuestra tristeza. Te pedimos por ellos, para que acojas sus almas y los arropes con tu amor. Que en este viaje que han emprendido hacia ti les inunde la luz y la paz de tu reino. Que gocen eternamente de ti.
Acerca de Cristina Martínez Segura
Cristina Martínez Segura, es profesora superior de piano, estudios realizados en el conservatorio de Valencia y licenciada en derecho por la Universidad de Valencia. Durante 12 años fue profesora de piano de conservatorio y posteriormente decidió volver al derecho. Actualmente tiene una empresa y es asesora en nuevas tecnologías y profesora de protección de datos y privacidad en entidades públicas.
En el terreno espiritual ha publicado su primer libro con la Editorial Monte Carmelo, colabora en su blog y escribe pequeñas oraciones diarias. Asimismo ha formado un grupo de oración llamado Betania.
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